El último glaciar de Venezuela

por Helena Carpio

El último glaciar de Venezuela

por Helena Carpio

La Sierra Nevada de Mérida tenía 10 km² de hielo en 1910. En 2018, tiene menos de 0,1 km² de superficie glaciar. De las Cinco Águilas Blancas que cantó Tulio Febres Cordero, los picos Bolívar, Humboldt y Bonpland (ambos formaban un águila), Concha, León y Toro, queda uno solo: el de Pico Humboldt, el cual se derrite aceleradamente. Al desaparecer, Venezuela podría convertirse en el primer país del mundo que pierde todos sus glaciares.

Mi abuelo Michel murió cuando papá tenía 16 años. No lo conocí. No sé mucho de él. Evito preguntarle a mi papá porque se le quiebra la voz cuando lo recuerda. Cada invocación es una despedida. Lo extraña.

En la sala de mi casa había una fotografía de Michel. En el fondo se veía una montaña nevada y esquiadores. Mi abuelo tenía suéter rojo y una sonrisa de medio lado, como resguardando algún secreto del que nunca me enteré.  

Siempre supuse que esa foto había sido tomada lejos de Venezuela. En Europa, quizás, donde sabía que el abuelo había esquiado. Un domingo le pregunté a mi papá. El retrato fue tomado en Mérida, Venezuela, cuando Michel esquió en sus glaciares.

Durante los años cincuenta y sesenta, una de las cinco pistas de esquí más altas del mundo estaba en Pico Espejo, en la Sierra Nevada de Mérida. Incluso, dos campeonatos se llevaron a cabo allí: uno en 1956 y otro en 1961. Mi abuelo compitió en ambos.

Campeonato de esquí en Pico Espejo, 1961. Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

Campeonato de esquí en Pico Espejo, 1961. Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

El Club Andino, liderado por Francisco Anzil, convocó el Primer Campeonato Nacional de Esquí el 12 de octubre de 1956. La pista se extendía más de 200 metros en el glaciar de Pico Espejo, desde la cota 4.850 hasta los 4.600 metros sobre el nivel del mar.

Los glaciares son masas de hielo que se forman al acumularse mucha nieve en un mismo lugar por largo tiempo. La diferencia entre un glaciar y cualquier otra masa de hielo es que estos están en constante movimiento.

A medida que cae la nieve, las capas inferiores de hielo se compactan. Los cambios de temperatura hacen que este se derrita y vuelva a congelarse, cambiando su estructura y volviéndolo maleable. A medida que se acumula, dichas capas se deforman por el peso y fluyen hacia los márgenes por gravedad.

Carsten Braun, profesor de geografía de la Universidad de Westfield en Massachusetts, lo describe como una masa de panquecas viscosa: al verterla en la sartén, se desparrama y se extiende hacia los lados porque no es suficientemente densa para aguantar su peso. No crece verticalmente, sino hacia las orillas.   

Los glaciares ocupan el 10% de la superficie terrestre y almacenan casi el 70% del agua dulce del planeta. 4.5% de los glaciares del mundo están en la Cordillera de Los Andes.

Vista del Pico Bolívar desde el Pico Espejo. Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

Vista del Pico Bolívar desde el Pico Espejo. Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

Mi abuelo subió al glaciar de Pico Espejo en mula desde la ciudad de Mérida, caminando ciertos tramos y cargando sus esquís de madera al hombro. El trayecto tenía un desnivel de 3.000 metros entre la ciudad y la cumbre del pico. La Sierra Nevada es la cordillera más alta de Venezuela y se extiende entre el estado Mérida y Barinas. Es una vertiente de la Cordillera de Los Andes que atraviesa el continente sudamericano de norte a sur. Esa vez, mi abuela Belén pasó días sin saber de él.

Participaron 28 esquiadores de Suiza, Austria, Noruega, Alemania, Letonia, Bolivia, Francia, Hungría y Venezuela, incluyendo cuatro mujeres. Varios de los europeos compararon la sierra con los Alpes suizos. Los cuatro picos más altos -Bolívar, Humboldt, Bonpland y La Concha- estaban cubiertos por glaciares.

Para el hospedaje solo había un refugio pequeño. Muchos de los organizadores e invitados tuvieron que dormir sobre la nieve a temperaturas de 14 grados bajo cero.

El día del campeonato nevó tan fuerte que suspendieron las prácticas. Era peligroso alcanzar velocidades de 90 km/h, con un campo de visibilidad de apenas 20 metros. Al día siguiente siguió nevando. Varios competidores decidieron bajar a Mérida. Mi abuelo se quedó.

El Club Andino pospuso las prácticas cuatro días, pero el clima no mejoró. Nunca compitieron. Los organizadores prometieron una segunda válida cuando se terminara la construcción del Teleférico de Mérida.

Cuando Michel regresó a Caracas, llegó con las medias empapadas en sangre. Las botas que usaba para subir la montaña eran robustas, sólidas y resistentes al frío, pero le rompían los dedos.  

El teleférico más alto del mundo abrió en marzo de 1960. El gobierno del general Marcos Pérez Jiménez tardó cuatro años en construirlo. Con el teleférico y la llegada de turistas, abrieron temporadas de esquí de mayo a octubre durante las épocas de invierno.

Al año siguiente, la Dirección de Turismo del estado Mérida junto con el Club Andino anunciaron la segunda competencia de esquí en Venezuela.

Entre el 25 y 30 de octubre de 1961, un grupo de esquiadores acompañados por decenas de turistas subieron en teleférico hasta la última estación. Realizaron dos pruebas, velocidad y estilo, para una sola clasificación. Los días estuvieron despejados. Desde la pista de esquí se veían las cumbres de los picos Humboldt y Bonpland arropadas por un mismo glaciar. El Bolívar también estaba cubierto de hielo.  

Esquiador en el Pico Espejo a 4.700 metros de altura sobre el nivel del mar. Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

Esquiador en el Pico Espejo a 4.700 metros de altura sobre el nivel del mar. Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

La mañana del último día dieron el nombre de los ganadores. Carlos Feix, un austríaco-venezolano, ganó el primer lugar. Mi abuelo Michel obtuvo el segundo. Por eso la sonrisa de medio lado. Acababa de conquistar ese honor en el único campeonato de esquí que se completaría en Venezuela. Tomás Sensky, checo-venezolano, ganó el tercero. El cuarto, quinto y sexto lugar correspondieron a un italiano, un chileno y un alemán.

Diez años después del campeonato, no había suficiente nieve para esquiar en Pico Espejo.

Fotografías del Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

Fotografías del Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias.

En febrero de 2018 hizo calor. La carretera hacia Los Nevados, un pequeño pueblo dentro de Sierra Nevada, a cuatro horas de Ciudad de Mérida, estaba seca. Cerramos las ventanas del Jeep para que no entrara el polvo.

Los Nevados se llamaba así por los glaciares. Cuando llegaron los españoles, el hielo de Pico León y Pico Toro arropaba la aldea. Pero en estos días, lo único blanco son las paredes de las casas.

Nuestra expedición a Pico Humboldt comenzaba allí. Sumamos un día en el pueblo para conocer a Francisco Castillo, el habitante de mayor edad del valle. Jota García, guía de montaña, contactó a Castillo usando la estación de radio comunitaria que conecta las aldeas del valle. Estábamos buscando personas que recordaran los glaciares.

Francisco nos recibió en una casa colonial de 200 años de antigüedad, con patio central y capilla. Nació ahí, en una aldea de cuatro casas llamada El Carrizal. Su abuelo era español. Fue la primera casa del valle con tejas y ladrillos cocidos.

Francisco Castillo en un patio externo de su casa en El Carrizal, Mérida. Fotografía de Helena Carpio.

Francisco Castillo en un patio externo de su casa en El Carrizal, Mérida. Fotografía de Helena Carpio.

Nos sentamos en el patio trasero donde su nieto secaba trigo recién cosechado. Francisco agradeció la visita y nos contó una leyenda publicada por Tulio Febres Cordero, historiador, periodista y escritor merideño. La más importante de la Sierra.  

“Cinco águilas blancas volaban sobre cielos andinos. Caribay, hija del sol y la luna y primera mujer entre los indígenas Mirripuyes, perseguía sus sombras errantes entre montañas y valles. Las águilas cogieron altura y desaparecieron entre nubes. Caribay rezó a sus dioses para alcanzarlas; quería sus plumas plateadas para decorar una corona. Cayó la noche y las cinco águilas reaparecieron volando alrededor de la luna. Cada ave se posó sobre una cumbre de la Sierra Merideña. Caribay corrió tras ellas. Al acercarse para finalmente arrancar sus plumas, un frío gélido le congeló las manos. Las águilas estaban petrificadas, y en su lugar, nacieron cinco glaciares”.  

Gesticulando con sus dedos encorvados, que según cuenta, se torcieron por el frío, recordó que los pobladores de la zona subían a los glaciares a buscar hielo. “Iban a cortarlo a Pico Bolívar. En Pico Espejo hay hielo, pero ese no sirve, tiene que ser hielo duro. Lo cortaban con un machete y le daban con un martillo”. Los hombres iban a la base del glaciar, picaban el hielo y lo bajaban algunos kilómetros en mochila. Luego volvían a subir sin peso y cortaban un segundo bloque. La mayoría llevaba dos bultos. Bajaban el segundo hasta donde habían dejado el primero y se encaramaban ambos sobre la espalda. Podía pesar más de veinte kilos cada uno.  

Los merideños compraban hielo de glaciar para hacer raspados y conservar la comida. “Hasta que pusieron una planta en Mérida, una planta movida por agua. Entonces la gente empezó a tener neveras y no compraron más”, recuerda Castillo.

Febres Cordero escribió sobre los “hieleros” y los glaciares en 1890: “De tiempo atrás se dice que la nieve de la sierra va en disminución, y los vecinos de mayor edad señalan con tristeza los sitios donde la nieve ha desaparecido por completo (...). Si el fenómeno de la disminución de la nieve no se precipita, estemos seguros de que (...) hay todavía allí masas de hielo suficientes para prepararle sorbetes al mundo entero por centenares de años”.

Cuando Francisco nació, en 1935, un águila blanca -el glaciar de Pico El León- había desaparecido.

Después le tocó a Pico Toro, la primera cumbre que se conquistó en la Sierra Nevada. En febrero de 1868, Pierre Henri Georges Bourgoin, profesor de Botánica de la Universidad de Mérida, registró desde la cumbre “inmensas masas de hielo” con grietas gigantes de hasta 16 metros de espesor. Cincuenta años después, no quedaban glaciares.

Cuando Francisco cumplió sesenta, La Concha había perdido su corona blanca. Por último, ya anciano, vio con tristeza cómo Pico Bolívar se quedaba sin hielo.

La Sierra Nevada tenía 10 kilómetros cuadrados de hielo en 1910. En 2018, tiene menos de 0,1 kilómetros cuadrados de superficie glaciar.

Antes de despedirnos, Francisco nos mostró un cuaderno y nos invitó a leer poemas mientras él los recitaba de memoria. Había compuesto coplas, contrapunteos, chistes y canciones sobre la Sierra Nevada, y una de sus nietas los transcribió. El cuaderno tenía más de 60 páginas.

Al día siguiente, emprendimos la expedición al Humboldt.

A las 9:00 de la mañana, Jota García y Jaseh Munelo, guías de montaña, y yo comenzamos a caminar desde el campamento base en Laguna El Suero, una laguna de origen glaciar en la ladera suroeste de Pico Humboldt. Las capas usuales de ropa para hacer alta montaña no hacen falta durante el ascenso: metemos el suéter de fibra polar y la chaqueta de plumón en el morral.  

Jota y Jaseh llevan las cámaras fotográficas y el GPS para marcar con coordenadas satelitales los puntos de monitoreo del hielo. Son 2 kilómetros de recorrido hasta la cumbre de Pico Humboldt. Vamos al último glaciar de Venezuela.

Al desaparecer el glaciar de Pico Humboldt, Venezuela podría convertirse en el primer país del mundo en perder todos sus glaciares, según el World Glacier Monitoring Service basado en Zurich. Uganda y Papúa Nueva Guinea también están entre los primeros países que se quedarán sin hielo.

Las paredes de roca son toboganes. Cada paso requiere balance para no resbalar. Las botas no tienen suficiente tracción. El precipicio amenaza. Líneas minerales rosadas, verdes y amarillas atraviesan en paralelo toda la extensión de la cuenca.

Un manto blanco rodea la cúspide rocosa. Parece un puñado de nubes inmóviles o un montón de espuma cremosa envuelta por un farallón café. El sol se refleja plateado sobre el hielo. La cumbre está cerca. Acelero el paso.

Llegamos a la frontera entre la roca y la nieve a las once. Atravesamos el glaciar. El hielo es tan delgado, que no hacen falta crampones, unos dispositivos de tracción con dientes metálicos afilados que se clavan en el hielo y ayudan a caminar. El glaciar tiene muchas tonalidades de azul. Hay múltiples grietas en los bordes. Destellos celeste y azul cerúleo revelan heridas abiertas en la masa robusta. Lo atraviesan rocas oscuras.

No hay vegetación ni fauna cerca del glaciar. Las cumbres son inhóspitas. Lo único que nos acompaña es la certeza de que pocos han estado allí.

La primera vez que una expedición conquistó Pico Humboldt y le puso nombre fue en enero de 1911. Alfredo Jahn organizó una expedición científica junto con el Ministerio de Obras Públicas para estudiar la región occidental de Venezuela.

La mañana que llegaron a la cumbre del Humboldt hacía seis grados centígrados bajo cero. Jahn tardó más de media hora derritiendo hielo para hacer una taza de café. Comenzaron a caminar sobre las siete. A orillas del glaciar encontraron una grieta enorme adornada por estalactitas de hielo. Parecía tener unos 8 metros de profundidad. Durante la subida, el glaciar era tan empinado que usaron picos para no resbalarse. A las 9:35 a. m. del 18 de enero midieron la temperatura: 0,5 grados bajo cero. Rodeados de hielo, se pararon sobre las pocas piedras que encontraron. Estaban en la cumbre más alta que se había hecho en Venezuela. Jahn escribió que aquella era la mejor vista de los llanos.

Alfredo Jahn registró nieve sobre los 4.500 metros en la Sierra Nevada. Este cálculo es importante porque ayuda a identificar la zona de acumulación, donde se aglomera más nieve de la que se pierde, y la zona de ablación, donde se derrite más hielo del que se acumula. La primera queda en la parte alta del glaciar. La segunda en la más baja.

El balance entre acumulación y ablación (Mass balance) revela si un glaciar crece o se reduce. Por eso, aunque nieve en Mérida se derriten los glaciares. El hielo que cae no es suficiente para contrarrestar la masa que se pierde durante el año.

Al identificar estas zonas, se calcula la línea de equilibrio o ELA (Equilibrium-line altitude). Es la altitud donde se pierde y se acumula la misma cantidad de hielo. Encima de esta línea dinámica, las condiciones climáticas, atmosféricas y geográficas permiten que el hielo se conserve. Debajo de la línea se derriten los glaciares. Esta altitud cambia con la variación de condiciones, como la temperatura, por eso es altamente sensible a factores locales. Esta línea ayuda a entender el comportamiento de los glaciares.

En Los Andes, el ELA suele estar por encima de los 5.000 metros en 2018. En Colombia, todos los glaciares están sobre los 5.110 metros de altura. Pero nuestro último glaciar está sobre los 4.800 metros. Es una anomalía, según el estudio Carsten Braun y Maximiliano Bezada. No debería existir.

La vida de un glaciar depende del clima y del terreno. El glaciar del Humboldt todavía existe porque tiene condiciones topográficas favorables, como la cuenca relativamente plana que lo hospeda y su ubicación en la cara oeste del pico, que lo protege de la radiación solar directa.

Llevamos una hora grabando video y tomando fotografías. Es mediodía y los labios arden. Olvidé usar protector y tengo la cara hinchada por la insolación. Nos quitamos las chaquetas y nos quedamos en camisa ligera. Buscamos la sombra. El único parche sombreado está debajo de la cumbre. Exploramos en esa dirección.

En los bordes del glaciar y en puntos regados al azar, el hielo es gris o negro. El viento arrastra polvo. Se mezcla con hollín o con otras partículas contaminantes en la atmósfera. “Se ensucia el hielo”. El hielo oscuro se derrite más rápido porque las partículas negras absorben más calor solar. Alrededor de estos parches se forman pequeñas lagunas. Tenemos que esquivar los charcos para evitar hundirnos.

Los glaciares se derriten porque el planeta se calienta.

Cinco grandes eras de hielo han transformado la Tierra desde que nació hace más de cuatro mil millones de años. Dentro de estas largas eras de hielo hay periodos más pequeños de glaciación, que tienden a ser fríos, y periodos interglaciales, que tienden a ser más calientes.

Maximiliano Bezada, doctor en paleoecología especializado en geomorfología glaciar, ha realizado estudios que indican que, en el siglo IX, la Sierra Nevada de Mérida se veía similar a como se ve hoy: con poco hielo. Pero cuando llegaron los españoles, en 1558, encontraron la sierra vestida de blanco. Incluso había glaciares en La Culata, otra vertiente de los Andes venezolanos que bordea la ciudad de Mérida. “La pequeña era de hielo” afectó a todo el planeta. Los glaciares se habían reducido y volvieron a crecer.

Aunque estamos en un periodo interglacial y la tendencia es que la tierra se caliente, según la NASA, el ritmo de calentamiento actual supera diez veces el promedio de las antiguas eras. En una década, el ritmo de deshielo de los glaciares en Antártida se ha triplicado. La Cordillera de los Andes perdió de 30 a 50% de su área glaciar en los últimos 30 años.

El 2018 registró temperaturas sin precedentes en todos los continentes. En julio, una ola de calor en Canadá mató a 54 personas con picos de 36,6 grados celsius en Montreal; en la costa de Siberia con el Océano Ártico las temperaturas alcanzaron más de 32 grados celsius y en Argelia 51,3 grados celsius, la temperatura más alta registrada en el continente africano.

Hay consenso científico sobre la relación entre el aumento de temperatura y la concentración de gases invernadero, como dióxido de carbono y metano. Desde la Revolución Industrial, los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera han aumentado un 35%, y los de metano se han duplicado. Esos gases son, en su mayoría, generados por actividades humanas. Estamos acelerando el calentamiento del planeta.  

Cerca de la cumbre, al este, los bordes del glaciar ya no abrazan la roca. Hay un espacio de más de un metro de ancho entre el hielo y la pared rocosa. Bajamos trepando hasta encontrarnos debajo del glaciar. Un sistema de cavernas parece rodear la masa de hielo. El sol entra directamente por la ranura y revela paredes translúcidas y lisas, con una profundidad aparentemente infinita.

Hay incontables burbujas congeladas en el hielo. Funcionan como prismas. Cuando la luz las atraviesa, nacen arcoiris. Esas burbujas son testigos; antepasados.

Jaseh Munelo se amarra las trenzas bajo el glaciar del Pico Humboldt. Fotografía de Helena Carpio.

Jaseh Munelo se amarra las trenzas bajo el glaciar del Pico Humboldt. Fotografía de Helena Carpio.

Cuando la nieve se acumula, atrapa partículas de polvo, burbujas de oxígeno, moléculas de gases o ceniza volcánica. Hay glaciares con ocho millones de años de antigüedad en Antártida. Al analizar las burbujas dentro de las distintas capas de hielo, los científicos pueden saber cómo era la atmósfera y cuánta concentración de dióxido de carbono había en distintos periodos. El hielo también revela cambios químicos en el agua, en su salinidad. Y el polvo ayuda a identificar erupciones volcánicas, grandes cambios en humedad o grandes cambios geográficos. Incluso, científicos pueden determinar la temperatura promedio de cada periodo. El hielo nos dice mucho sobre cómo era nuestro planeta, miles de años antes de que existiéramos.

Además de tener un registro único del pasado, los glaciares también son centinelas del cambio climático. Traducen pequeñas alteraciones climáticas en cambios pronunciados de grosor y longitud. En los trópicos son indicadores más sensibles, porque nieva menos, entonces no tienen cobertura nival que los proteja. Están desnudos ante los cambios. Por eso son más vulnerables a la temperatura o a las lluvias. Para la comunidad científica, los glaciares son importantes vigías.   

Venezuela perdió el 99.5% de su área glaciar en el último siglo. Cada año, entre 1885 y 1972, el hielo de la Sierra Nevada retrocedió 6 metros verticales en promedio, según Carlos Schubert, pionero en el estudio de glaciares en Venezuela.

Jaseh y Jota sacan una botella vacía del morral con capacidad de un litro. La sostienen bajo las estalactitas mientras miran fijamente el reloj. Se llena en 1 minuto y 38 segundos. Guardan la botella como souvenir y salen a explorar el resto del glaciar.

Jaseh Munelo y Jota García, guías de montaña, miden el tiempo que le toma a una botella llenarse con agua que cae de las estalactitas. Fotografía de Helena Carpio

Jaseh Munelo y Jota García, guías de montaña, miden el tiempo que le toma a una botella llenarse con agua que cae de las estalactitas. Fotografía de Helena Carpio

Jota García, guía de montaña, explora el glaciar del Pico Humboldt en febrero de 2018. Fotografía de Helena Carpio

Jota García, guía de montaña, explora el glaciar del Pico Humboldt en febrero de 2018. Fotografía de Helena Carpio

En dos años, entre 2009 y 2011, el glaciar del Humboldt perdió un tercio de su hielo y nacieron nuevas grietas que lo atraviesan. Las grietas aceleran el derretimiento. Cuando desaparezca, en menos de una década, los glaciares de la Sierra Nevada solo existirán en fotografías. Las cinco águilas habrán abandonado los Andes.

Pequeños riachuelos corren apurados hacia el valle. Busco rocas secas y me siento en silencio. Recuerdo la canción de Jorge Drexler: Despedir a los glaciares. Una canción que, como ha explicado, está inspirada en los glaciares merideños.

Las nubes tapan el sol, regresa el frío, pero las goteras no cesan. Los charcos crecen.

Muere el último glaciar.

Captura cenital del Glaciar del Humboldt, 1 de marzo de 2018. Helena Carpio.

Captura cenital del Glaciar del Humboldt, 1 de marzo de 2018. Helena Carpio.

Francisco, el anciano de la sierra, falleció en agosto de este año. Tenía 83 años. La mayoría de sus nietos emigraron de Venezuela, lejos de El Carrizal, y no pudieron enterrarlo. Con él murió el testimonio de las Cinco Águilas Blancas. Ya no hay nadie vivo que las recuerde.

En Caracas busqué la foto de Michel. Para mí ya no es solo la imagen de mi abuelo. Es un retrato de los glaciares. Quiero verla otra vez, pero no está en la sala donde la recordaba. Mi papá me asegura que estaba en una repisa. Él también la recuerda, aunque dice que no había esquiadores al fondo. Yo comienzo a dudar. Ahora no sé si el suéter era rojo. Mi mamá no recuerda la foto, pero me ayuda a buscar.

Abrimos cajas. Escudriñamos.

No encontramos la foto, pero mi papá me cuenta sobre Michel. De los años de trabajo en Fénix, la empresa familiar que fabricaba colchones, que luego vendieron a Simmons. De la construcción del club Guataparo en Valencia y de sus proyectos en los que nadie creía al principio.

Michel llevaba a mi papá al trabajo agarrado de la mano “como un maletín”. Lo paseaba por las oficinas, lo sentaba en el escritorio y lo dejaba estar en las reuniones. Mi papá tenía 10 años. Ya Michel tenía cáncer. También regañaba en francés y le jalaba las orejas hasta que se le ponían rojas cuando no agarraba bien los cubiertos en la mesa.

El abuelo siguió esquiando enfermo. Sólo paró cuando el cáncer hizo metástasis, seis años después. Murió a sus 50 años.

Subí al glaciar con la intención de hacer un registro de la última águila blanca. Quería documentar un prodigio que pronto ya no estará; rescatar un pretérito. Pero buscando el glaciar encontré a mi abuelo.

En casa de mi abuela Belén había una copia de la foto de Michel. Fui, le tomé una fotografía y la imprimí. Ahora está de nuevo en mi casa. Pero ya no en la sala. Está en mi habitación. Allí están los esquiadores en el fondo con un cielo despejado y Michel con su sonrisa y su suéter rojo.

Cada vez que veo ese retrato, viajo al último glaciar de Venezuela.  

Retrato de Michel Carpio Méndez en el Pico Espejo, octubre de 1961. Fotografía tomada por Enrique Lander.

Retrato de Michel Carpio Méndez en el Pico Espejo, octubre de 1961. Fotografía tomada por Enrique Lander.

Créditos

Dirección general: Ángel Alayón y Oscar Marcano

Jefatura de investigación: Valentina Oropeza

Jefatura de diseño: John Fuentes

Jefatura de innovación: Helena Carpio

Texto: Helena Carpio

Video aéreo: Helena Carpio

Fotografías: Helena Carpio y Archivo fotográfico Grupo Últimas Noticias

Infografías: John Fuentes

Edición: Ángel Alayón, Oscar Marcano, Valentina Oropeza y Samantha Ruggiero

Producción digital: Helena Carpio

Redes sociales: Salvador Benasayag

Agradecimientos:

Carsten Braun, Maximiliano Bezada, Juan Carlos Rojas, Ezio Mora, J. Vanessa Sánchez, Roxana Carrero, Geraldine Roso, Grupo Excursionista OIKOS, Milko Gonzalez, Orlando Corona, Sergio Gonzalez, Carlos Hernandez, Luis Daniel Llambí, Marco Tulio Badaracco, Isabel Jahn Herrera, Inti Suarez, Bryan Mark, José Alejandro "Jota" García, Jaseh Munelo

Bibliografía:

Melfo, A., Llambí, L., Ferrer, A. (2017) Se van los glaciares. Caracas: Fundación Empresas Polar.  

Braun, C., Bezada, M., (2013) The History and Disappearance of Glaciers in Venezuela. En el Journal of Latin American Geography, enero 2013.

Vuille, M., Carey, M., Huggel, C., et al. (2017) Rapid decline of snow and ice in the tropical Andes - Impacts, uncertainties and challenges ahead. En Earth Science Review 176.

Panel Internacional sobre el Cambio Climático o IPCC (2014) Climate Change 2013: The Physical Science Basis.

Kargel, J.S., Leonard, G.J., Bishop, M.P, et al. (2014) Global Land Ice Measurements from Space. Springer-Verlag Berlin Heidelberg.

Barry, Roger G. (2006) The status of research on glaciers and global recession: a review. En Progress in Physical Geography: Earth and Environment, volumen 30, julio 2006.


Caracas, viernes 23 de noviembre de 2018