Fotografía: Andrés Kerese | RMTF

Fotografía: Andrés Kerese | RMTF

Por Valentina Oropeza

La nutricionista, especializada en asistencia en emergencias humanitarias y pediatría, diseñó el sistema empleado por Cáritas para monitorear y tratar la desnutrición infantil durante la crisis en Venezuela. Asegura que garantizar el acceso de las familias al agua potable, restituir las consultas de controles de niños sanos, promover la lactancia materna y mejorar la calidad de la nutrición, encabezan la lista de soluciones que pueden ayudar a mitigar la desnutrición en niños menores de cinco años, especialmente en las zonas mineras de Guayana. Esta entrega pertenece a la cobertura Los hijos de la mina, publicada con el apoyo del Pulitzer Center.

La niña languidecía en una hamaca. Susana Raffalli le pidió a la madre que la cargara, se sentara en la hamaca y la sostuviera en sus piernas. Tenía menos de un año. Con el dedo, dio a probar a la niña un poco de plumpy nut, una pasta de crema de maní enriquecida con vitaminas y minerales. Si era capaz de retenerlo, masticar y tragar, podía salvarse con suplementos nutricionales. Si no lograba abrir la boca, sería necesario alimentarla por una sonda.

Raffalli encontró a la mujer y a su hija en Platanillal, un caserío al oeste del estado Amazonas, donde la siembra se descomponía bajo el agua en septiembre de 2018, un mes después de que se registrara la crecida más prolongada del río Orinoco en 126 años. 

La niña le agarró el dedo con fuerza y probó la crema de maní. Comió la mitad de un sobre del suplemento nutricional, mientras Raffalli entregaba a su madre el tratamiento para un mes e indicaciones de cómo potabilizar el agua para evitar infecciones.

Otras mujeres con niños desnutridos descansaban de la travesía hacia las minas de oro al sur de Guayana. Varios niños habían fallecido en el camino. Algunas habían dejado atrás a lactantes menores de dos años en casa de abuelas, tías o alguna vecina. Incluso con familias desconocidas. Los pediatras Elvia Badell y Carlos Hernández acuñaron un término para agrupar los síntomas que observan en estos pacientes desnutridos, abandonados y vulnerables al abuso de cualquier adulto que los rodee: el síndrome del hijo de la mina.

Platanillal ha sido una de las comunidades beneficiadas por SAMAN, un sistema de alerta, monitoreo y asistencia a la nutrición, diseñado por Raffalli e implementado por la organización católica de ayuda social Cáritas, para identificar a los menores de cinco años desnutridos y tratarlos con suplementos, mientras Venezuela vivía la peor contracción económica en la historia moderna del hemisferio occidental.

Cáritas reporta haber brindado 87.000 consultas nutricionales y haber recuperado a 19.000 niños de la desnutrición aguda y la delgadez extrema durante los últimos seis años. ¿En qué se diferencian los niños que sufren el síndrome del hijo de la mina del resto de la población infantil que Cáritas ha tratado en Venezuela?

La desnutrición en esos niños es mucho más dramática y más peligrosa. Es mucho más difícil sobrevivir a ella. Una diferencia esencial es que son los niños más abandonados de todos. Son hijos de mujeres que trabajan en condiciones de esclavitud moderna, como mineras o trabajadoras sexuales. Son los hijos del abandono y de una población desplazada que está tratando de ganarse la vida. Los puntos de desplazamiento interno en Venezuela son el Arco Minero y los lugares donde los grupos irregulares se están dando plomo.

Hay un agravante en este caso. Los hijos de las minas son niños expuestos a enfermedades infecciosas añadidas a la desnutrición, y por eso tienen una mortalidad mucho mayor. Los anuarios de la Organización Mundial de la Salud indican que los niños con desnutrición tienen 2,5 veces más posibilidades de morir de enfermedades infecciosas como la malaria si están desnutridos.

Eso se cae por su propio peso. Es muy raro que la desnutrición severa sea mayor del 3% de los niños totales que evalúas. En niveles de emergencia, eso arranca en el 10%. Dentro de esa cantidad de niños desnutridos, que la desnutrición severa sea mayor a 3% es rarísimo, y tenemos registrados niveles de desnutrición severa entre 5 y 7% en lugares del país donde las enfermedades infecciosas son muy altas. Eso es característico de los sitios donde la desnutrición aguda se solapa con las enfermedades infecciosas, como en el estado Bolívar.

A lo largo de estos años, hemos visto la instalación y el crecimiento ininterrumpido de la desnutrición crónica. Eso es lo más doloroso de todo, porque menoscaba el capital humano del país. El retardo de crecimiento es la dimensión más miserable del extractivismo. Es haber saqueado la infancia de esos niños.

El retardo del crecimiento es un signo de que un niño está desnutrido. Fotografía de Manaure Quintero.

El retardo del crecimiento es un signo de que un niño está desnutrido. Fotografía de Manaure Quintero.

¿Cuál es el balance global de la desnutrición infantil en Venezuela desde el inicio de SAMAN, a finales de 2016?

Mi primera conclusión es que lo que hemos hecho como sociedad civil ha servido para salvar a un montón de niños y para generar relaciones de confianza con las familias más vulnerables, que esas familias sintieran que alguien estaba ahí para ellas. Sin embargo, después de seis años, la desnutrición infantil se mantiene consistente con los umbrales que definen una crisis de salud pública: entre 10 y 12% de los niños que recibimos en Cáritas. En algunas diócesis todavía están en 16%. Es un fenómeno que no cesa.

La segunda conclusión es que este sistema de seguimiento y detección del riesgo nutricional es efectivo para salvar a muchos niños, pero no lo es para impedir que sigan cayendo.

Lo tercero es que disponemos de evidencia que nos ha permitido validar que hay algunas soluciones que incrementan la efectividad del tratamiento contra la desnutrición infantil en términos de tiempo y recursos.

¿Cuáles son esas soluciones?

El primer factor que mejoró mucho el rendimiento del programa fue ayudar a las familias a potabilizar el agua. En las diócesis donde SAMAN entregaba el filtro artesanal y las pastillas de potabilización, el proceso de recuperación del niño se redujo varias semanas porque ya no enfermaba con diarreas. Eso no se pudo hacer en todas las diócesis porque no teníamos dinero suficiente, pero donde se hizo el cambio fue notable.

La segunda mejoría fue haber pasado de trabajar con suplementos nutricionales como cereales fortificados tipo lactovisoy, que era lo que usábamos en 2016 y 2017, al salto que representó el uso de los RUTF (ready-to-use-therapeutic food). Eso fue impresionante. Bajamos la duración del niño en el programa de tres y cuatro meses a seis semanas. El ahorro de esos recursos nos permitió ingresar a más niños.

La tercera solución que hizo más eficiente al programa fue haber coordinado directamente con los hospitales para captar a niños con desnutrición. Al menos en tres lugares (Mérida, Barcelona y Carúpano), el SAMAN hospitalario permitió que los niños que ingresaron por desnutrición severa descompensada tuvieran un alta más temprana. Eso es maravilloso, porque al sacarlos del hospital eliminábamos el riesgo de que contrajeran infecciones, después de haber sido tratados por deshidratación, fiebre o dificultad respiratoria. Logramos que se le diera de alta al niño todavía desnutrido, pero ya compensado clínicamente.

En cuarto lugar, uno de los retos más importantes era la reincidencia en la desnutrición, evitar que el niño volviera al programa cuatro meses después de haber recibido el tratamiento. La tasa de recaída ha sido mucho menor desde que comenzamos el programa TENGO, un subsidio temporal a las madres para que la familia pueda comer mientras el niño está en tratamiento. Esa transferencia monetaria con tarjetas para la compra en tiendas de víveres es el componente de seguridad alimentaria que garantiza el acceso de toda la familia al alimento.

Los niños que sufren el síndrome de los hijos de la mina tienen más dificultades para recuperarse porque no pueden beneficiarse de la lactancia materna. Fotografía de Manaure Quintero.

Los niños que sufren el síndrome de los hijos de la mina tienen más dificultades para recuperarse porque no pueden beneficiarse de la lactancia materna. Fotografía de Manaure Quintero.

¿Qué aprendizajes ha aportado la experiencia de SAMAN?

El análisis de los 87.000 registros de SAMAN aporta un aprendizaje que es doloroso e irreversible. Es inequívoco en mostrar que la niña llega a los cinco años con ocho centímetros menos de lo que debería medir en promedio para su edad. El niño llega con cinco centímetros menos. Imagina qué hay detrás de cada centímetro. No nos hemos preguntado si esos niños podrán estudiar y trabajar. Evidencias de investigaciones hechas en países como Guatemala indican que son años perdidos de escolaridad, son niños que nunca llegarán a tener un rendimiento productivo. Van a ser niños descolocados toda su infancia.

Las mamás tienen la percepción de que el varón es más fuerte para aguantar el hambre. Entonces privilegian a las niñas con lo poco que hay de comer en la casa, pero no necesariamente evitan que caiga en desnutrición aguda y se retrase su crecimiento porque la alimentan con tubérculos, en la mayoría de los casos. Al niño que lo dejaron pasar más hambre se enfermó más, y por eso estuvo más expuesto que esa niña a programas de atención, aunque fuera por cortos períodos. El niño entra en esa desventaja, pero a su vez recibe más asistencia.

Por más que trates de mitigar la desnutrición aguda y la delgadez, la reincidencia de episodios de desnutrición aguda en el mismo niño, sobre todo durante sus primeros años, inevitablemente retarda el crecimiento. No se trata de bajar o subir de peso. O de declarar una zona libre de desnutrición. Hay que medir a esos niños. En el caso de Cáritas, el porcentaje de niños que llegó con retardo del crecimiento aumentó desde el 18% en 2016 a 34% en 2022. Lo más impresionante es que 88,9% de los niños que llegaron con retardo de crecimiento no tienen desnutrición aguda. 

¿Qué significa eso?

Los niños que llegan con retardo del crecimiento pero sin delgadez son hijos del malcomer. Probablemente no pasaron hambre, pero se han alimentado con muy bajo valor nutricional desde que nacieron. Son hijos de familias que dependen de una caja de carbohidratos, aceite y mortadela.

Casi nueve de los diez niños que llegaron a Cáritas con talla baja no tenían delgadez. Hay dos dramas que subyacen a esto. El primero es que ese niño fue excluido de la ayuda porque la desnutrición crónica no se ha incluido en los programas humanitarios. ¿Por qué no se incluye? Porque la talla baja no se cura. Tienes que esperar el estirón puberal, si acaso ese niño llega a la pubertad en buenas condiciones y se estira un poquito. Como no se cura, entonces no lo atendemos porque no se resuelve. Y la otra cosa es que toma muchísimo tiempo revertir una talla baja. Se sale de los tiempos de programación de los planes humanitarios. Hay un debate mundial para que los donantes digan: “Vamos a permitir que ingresen los niños de talla baja a los programas”. Y no lo permiten.

En Cáritas logramos formular una solución que llamamos Samancito, un programa destinado sólo a niños menores de dos años y mujeres embarazadas, que le daba ingreso al programa no sólo a los niños con desnutrición aguda, sino también a niños con anemia, aunque no tuvieran desnutrición aguda.

Lo más importante es que no se les daba de alta al tener el peso normal para la talla, al haber alcanzado sus índices ponderales adecuados, sino que lo dejábamos en el programa si tenía talla baja hasta los dos años. Eso nos ha permitido atender a esos bebés con suplementación de micronutrientes, al menos hasta que lleguen a sus mil días de vida. Estoy muy orgullosa de este logro. Eso debería ser una política pública.

La experta ha visto mejoras en zonas donde los programas de asistencia se enfocan no solo en la alimentación del niño, sino en el seguimiento de su crecimiento. También es necesario apoyar a las madres. Fotografía de Manaure Quintero.

La experta ha visto mejoras en zonas donde los programas de asistencia se enfocan no solo en la alimentación del niño, sino en el seguimiento de su crecimiento. También es necesario apoyar a las madres. Fotografía de Manaure Quintero.

¿Cómo influye la lactancia materna en esta dinámica?

El protocolo de SAMAN establece que para los niños menores de seis meses que ingresan desnutridos por su peso para la edad, la beneficiaria es la mamá. Lo que se hace es suplementar a la mamá con nutrientes y vitaminas prenatales, apoyarla y acompañarla para que la lactancia materna sea efectiva.

Apoyar a las mujeres que estén dando lactancia materna efectiva es un programa fundamental. La lactancia ayuda al bebé en términos inmunológicos, por la cantidad de anticuerpos que aporta la leche materna, además de generar el vínculo afectivo con la madre. Y algo muy importante: la lactancia impide que las madres hagan teteros con agua insalubre.

Si el niño menor de dos años que llega a Cáritas está muy desnutrido, lo maneja un pediatra, algo que estamos haciendo con la ayuda de Unicef. La mamá le da pecho y se complementa con una fórmula llamada F75.

Así debería funcionar el control de niños sanos otra vez en el país. El control de niños sanos era esa consulta en la que la mamá venía al ambulatorio, aunque el niño no estuviera enfermo, se le ponían sus vacunas, se hacía la medición de peso talla y las consultas sobre lactancia. De algún modo, Samancito ha pretendido ser un control del niño sano.

¿Cómo se puede atender a los niños con el síndrome del hijo de la mina?

En el caso de las mujeres que se van a las minas no podemos dar ese apoyo porque si no hay mamá, no hay pecho que darle al niño.

Raffalli advierte que Venezuela no tiene un programa de nutrición para los primeros mil días de vida. Fotografía de Manaure Quintero.

Raffalli advierte que Venezuela no tiene un programa de nutrición para los primeros mil días de vida. Fotografía de Manaure Quintero.

Soluciones de políticas públicas

¿Qué se puede hacer desde la perspectiva de políticas públicas y del sector privado para aliviar la situación?

En primer lugar, sensibilizar y profesionalizar a los promotores de salud que deben buscar a esos niños donde estén.

En segundo lugar, esta crisis ha demostrado que ha sido un error dejar morir los servicios de control del niño sano. El gobierno, desde Chávez para acá, ha hecho un esfuerzo por mantener los Simoncitos y las escuelas especiales, esas maestras de los Simoncitos que van a darle clases y su meriendita escolar a niños que no pueden salir de la casa porque tienen alguna discapacidad. O a los niños más chiquitos tipo maternal.

No puedo ser injusta y decir que este gobierno no le ha dado una mirada a la primera infancia porque los Simoncitos y las escuelas iniciales dan cuenta de eso. Pero se trata de educación y merienda escolar. Sabemos que la nutrición necesita otras cosas. La primera política pública es rescatar los controles adecuados de niños sanos. Que no pasen estos niños sus dos primeros años sin las vacunas y sin el control de crecimiento.

La tercera política pública es formalizar los mecanismos de protección social del país, y que sean sensibles a la protección de la infancia. Es inadmisible que este país haya pasado por esta crisis donde la desnutrición infantil sube y baja siguiendo la tendencia del valor del bolívar. Aquí han podido caerle con una mandarria al bolívar y poner sanciones y todo, y que no cayera un solo niño. Eso sí hubiese sido una política de protección social importante.

Este país sería otro si en lugar de haber fortalecido a los CLAP, se hubieran fortalecido los controles de niños sanos y las ayudas a las familias con niños menores de cinco años. ¿Cómo es posible que no haya criterios de focalización de los bonos de la patria específicamente para los hogares que tienen niños menores de dos años? La caja CLAP nunca tuvo un alimento de orientación infantil ni los bonos de la patria han sido asignados a los hogares de niños pequeños.

En cuarto lugar, Venezuela sigue sin un programa de nutrición materno infantil para la protección de los primeros mil días de vida. En todos los países del mundo hay un programa así. En Venezuela no sé en qué consiste eso. Nadie habla de eso.

Hay que incluir en esa política a las adolescentes. Apegarnos a lo que establece la Organización Mundial de la Salud, que ya está sugiriendo la suplementación perinatal. Perinatal significa que tomes vitaminas, minerales y ácido fólico desde que eres adolescente, incluso sin estar embarazada. En ese contexto, hay que mirar el componente de salud sexual y reproductiva para la protección de estas niñas que se embarazan tan temprano, y ojalá para que no se embaracen. Eso ahorraría mucho del problema nutricional.

Las mujeres, especialmente las adolescentes, también deberían ser atendidas en materia de salud sexual y reproductiva. Fotografía de Manaure Quintero.

Las mujeres, especialmente las adolescentes, también deberían ser atendidas en materia de salud sexual y reproductiva. Fotografía de Manaure Quintero.

El gobierno debería retomar con seriedad los sistemas de vigilancia epidemiológica y nutricional, que incluya no solo el monitoreo de la desnutrición, sino también a los programas de fortificación de alimentos. Me refiero al agregado de hierro y vitaminas a la harina, al pan y a la pasta. Y la yodación de la sal. No sabemos si eso lo están vigilando o no.

Por último, una solución para la desnutrición infantil no tiene sustento sin un componente de seguridad alimentaria del hogar. La familia tiene que estar en capacidad de comer.

¿Estas medidas pueden ayudar a prevenir la desnutrición infantil?

Con SAMAN confirmamos que la nutrición no es sólo el resultado de comer. También influye el cuidado y el acceso al agua segura. El manejo ambulatorio, comunitario y familiar de los niños con desnutrición aguda ha demostrado ser exitoso. Los niños con desnutrición no pueden seguir llegando a los servicios de recuperación nutricional, tienen que poder recuperarse en casa.

Finalmente, con el grupo de organizaciones que hacen nutrición desde la sociedad civil en Venezuela estamos trabajando en la elaboración de un protocolo nacional para el manejo de los niños con retardo del crecimiento y desnutrición crónica, que debe incluir a Unicef y al Instituto Nacional de Nutrición. Tiene que haber un protocolo nacional, y eso es muy difícil porque casi no hay en el mundo debido a que la talla baja no se corrige.

Esos niños que pasan a su edad escolar y a su adolescencia con talla baja tienen que ser abordados con un esquema que incluya suplementación de micronutrientes, estimulación temprana, y una cosa en la que Unicef es experta, que se llama la aceleración educativa. Son todas las medidas extracurriculares que se toman para que el niño se recupere del rezago educativo al que lo arrastra la desnutrición.

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Vea aquí el documental Los hijos de la mina:

Haga click en la imagen para leer la crónica especial de Valentina Oropeza sobre el síndrome de los hijos de la mina:

Créditos

Dirección general: Ángel Alayón y Oscar Marcano

Jefatura de diseño: John Fuentes

Texto: Valentina Oropeza

Edición: Indira Rojas, Ángel Alayón y Oscar Marcano

Fotografías: Manaure Quintero y foto de portada por Andrés Kerese | RMTF