Este testimonio es parte de la serie especial Este es mi momento.

Por Ricardo Barbar

—No tenía claro qué era ser gay. Ni siquiera sabía que era una posibilidad. Para mí sólo existía lo que nos enseñaron: a las niñas les gustan los niños, a los niños les gustan las niñas. Sufrí de bullying en el colegio porque siempre tuve una expresión más femenina de lo esperado. Yo no entendía por qué. Cuando me empecé a dar cuenta de que no me gustaban las niñas, me empecé a cuestionar: “Aquí pasa algo malo”.

Dice Yendri Velasquez, activista de derechos humanos y miembro del Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+.

—¿A qué edad fue?

—Como a los ocho, nueve años. Descubrí que me llamaban la atención los niños, pero en mi cabeza no me cuestionaba que me gustaran. Lo que me cuestionaba era que si a mí me enseñaron que a quien le gustan los niños es una niña, entonces yo debería ser niña. Llegué a cuestionarme mi identidad antes que mi orientación. Fue un tema presente por varios años, porque te repito: yo no conocía la homosexualidad, no sabía de esas etiquetas, no conocía la posibilidad de serlo. Me acostaba y lloraba. “¡Qué bolas que sea así!”, me decía. Ahora lo veo en retrospectiva y qué complicado haber asumido todo eso en ese momento y no tener cómo gestionarlo.

Yendri no resolvió esos cuestionamientos hasta años más tarde, durante la adolescencia y adultez.

—En la adolescencia no tenía información sobre la orientación sexual. Pero tenía claro que no quería ser niña, que me gustaba ser hombre y me gustaban los hombres. Fue una resolución no pensada, no informada, sino basada en lo que sentía, en cómo me veía y lo que me gustaba. Con las primeras personas que hablé sobre mi orientación sexual fue con unas amigas, cuando estaba en cuarto año. Y lo hablé porque ellas encontraron unos mensajes en mi teléfono. Hasta ese momento fui bastante reservado.

—¿Cómo fue la recepción en tu hogar?

—Con mi mamá y mi papá guardaba mucho silencio, y con el resto de mi familia era más confrontativo. Nunca hablaba abiertamente sobre mi orientación sexual, pero sí establecía límites. Hacían chistes y comentarios: “¿Y la novia?”. Eran espacios bastante hostiles. Mi mamá también lo fue. Ella me sacó del clóset. Mis amigas me regalaron un kamasutra gay y lo tenía en el bolso porque no lo podía dejar en el cuarto. Ella lo revisó y fue una gran pelea: yo lo enfoqué en “por qué tienes que revisar mis cosas”, y ella en “qué coño haces tú con esto”. La discusión acabó sin resolución. En otra oportunidad, me revisó el teléfono y consiguió mensajes. Fue otra pelea. Y hubo una tercera: me confrontó, ya yo estaba más grande, tenía 18, 19 años. Ahí le dije: “Sí, soy gay. Tengo relaciones con hombres y eso no va a cambiar porque me estés cayendo a gritos aquí”. Me dijo que estaba enfermo y que le iba a decir a mi papá.

—¿Y tu papá cómo lo asumió?

—En ese momento mi papá y yo éramos militantes en un partido e hicimos unas actividades con Tamara Adrián (activista de derechos humanos). Mi papá habló sobre la diversidad sexual y derechos humanos en una actividad. Recuerdo que a los meses salió en una revista que habían aprobado el matrimonio igualitario en un país y eso ocasionó una discusión en la mesa. Mi papá y una vecina estaban a favor y discutieron con mi mamá, mi hermana y mi cuñado, que estaban en contra. Que mi papá defendiera el matrimonio igualitario fue valioso y lindo. Con él nunca tuve que salir del clóset. 

—Interesante que tu papá haya apoyado con mayor facilidad. 

—En el informe de Tamara [Adrián] Para dejar de ser fantasmas (2019), las personas LGBTIQ+ identifican como las principales agresoras a sus mamás o figuras femeninas. Me fui de mi casa como a los 20, 21 años. Para mí fue muy liberador salir del clóset con mi mamá, a pesar de que no me hablara. 

Fotografía de Kenny Jo | RMTF.

Fotografía de Kenny Jo | RMTF.

—¿Por qué elegiste el activismo?

—Comencé en el activismo por miedo, sueños, frustraciones, pero terminé entendiendo que esto no era sobre mí, sino sobre una lucha y sobre personas que están en mayor situación de necesidad. Al final, el activismo no es un espacio para mercadear mi nombre, sino un espacio para trabajar por el resto de las personas, para lograr derechos. Que al final me puede beneficiar a mí, claro que sí, pero no es una plataforma para ser famoso. Las redes sociales han desvirtuado el activismo. Yo no quiero que me reconozcan, sino posicionar un mensaje, unas exigencias. Si una de las vías de comunicación es que yo lo haga, bien. 

—¿Has podido resolver tu relación con tu mamá?

—Con mi mamá eso es un tema que no se habla. Una sola vez intentó retomar la discusión y yo le dije: “Han pasado no sé cuántos años, ya es un problema tuyo sobre cómo lo gestionas”. Le chocan todas las expresiones no masculinas. No hablamos abiertamente sobre mis relaciones, pero saben que me dedico al activismo LGBTIQ+. Siempre les digo lo que estoy haciendo, lo que me emociona. Pero ya es un tema de cómo lo gestiona ella y no es mi responsabilidad. Antes sentía culpa. Ya no.

Créditos

Edición: Ángel Alayón, Oscar Marcano y Luisa Salomón.

Texto: Ricardo Barbar.

Fotografía: Kenny Jo | RMTF.

Diseño y montaje: Franklin Durán.

Dirección de Fotografía: Roberto Mata.

Caracas, 17 de julio de 2024.