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Por María Ramírez Cabello
El creciente flujo migratorio desde Venezuela hacia Brasil implica desafíos adicionales para las mujeres. En su búsqueda de mejores condiciones de vida, enfrentan riesgos diferenciados: mayor vulnerabilidad a la violencia sexual, trata de personas, xenofobia e incluso aporofobia, un concepto que refiere a la aversión y rechazo hacia las personas en condición de pobreza.
La experiencia de las mujeres migrantes se entrelaza con la complejidad de un entorno patriarcal arraigado en la cultura latinoamericana, asevera Francilene Dos Santos Rodrigues, profesora e investigadora brasileña de la Universidad Federal de Roraima y de los programas de posgrado Sociedad y Fronteras, y Recursos Naturales. A su juicio, viven una intersección de violencia y condiciones extremas por el hecho de ser mujeres, una situación que ―destaca― han experimentado en Venezuela y no cesa con el flujo migratorio.
Desde la violencia simbólica, que afecta la autoestima, hasta la violencia física y psicológica, su investigación profundiza en las complejidades de esta realidad.
Dos Santos, líder del Grupo de Estudio Interdisciplinario en Fronteras, resalta que aunque se están haciendo esfuerzos, aún no hay políticas públicas en el ámbito migratorio que consideren la feminización de la migración y tiendan a mejorar las condiciones de las mujeres migrantes, principalmente para evitar la violencia contra ellas.
¿Qué significa ser mujer y migrante en Roraima? Considerando que Roraima es el estado de Brasil con mayor número de femicidios y la mayor tasa de violación de mujeres y niñas, de acuerdo con el Foro Brasilero de Seguridad Pública (2020).
Ser mujer en cualquier país, especialmente en los países de América Latina, es muy duro debido a nuestra cultura del patriarcado. Es una cultura que coloca a las mujeres en una posición de subordinación, como meros objetos, entonces es muy difícil para todas nosotras, mujeres, niñas, adolescentes, vivir en este universo de América Latina y algunos otros países también. Roraima no es diferente, estadísticamente algunos estados son más violentos, pero Roraima es un estado que en cuanto a violaciones y violencia contra menores se ubica entre los primeros del país. Podemos decir que tenemos una población que es, más o menos, equilibrada entre hombres y mujeres, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, pero la violencia contra las mujeres se pierde de vista. Por eso, ser mujer en este estado es muy difícil, requiere que estemos siempre atentas. En determinadas situaciones de violencia, eso muchas veces no es posible. Tenemos violencia de género, pero también tenemos violencia institucional, que se reproduce a través de las propias instituciones del Estado. Me refiero al Estado como un todo y sus entidades, que son los gobiernos municipales, estadales, el gobierno federal, si pensamos en términos de políticas públicas y, sobre todo, en los últimos años durante los cuales los recursos para prevenir la violencia fueron reducidos a tales niveles que no ha habido políticas para combatir la violencia hacia las mujeres.
¿A qué se enfrentan las mujeres durante este creciente flujo migratorio desde Venezuela a Brasil? ¿Cuáles son los tipos de violencia que sufren las mujeres venezolanas y en qué medida?
Creo que es importante definir el contexto de estas mujeres en Venezuela, principalmente en los últimos años, debido al empeoramiento de las condiciones económicas. Los estudios ya han demostrado que ante situaciones de deterioro económico, situaciones de guerras, de conflictos, las mujeres pagan el mayor precio porque son quienes gestionan en gran medida la educación y coordinan la economía del hogar. En situaciones de empeoramiento económico, como estamos presenciando actualmente en Venezuela, estas mujeres ya habían estado experimentando procesos de violencia y violación. Hablo de la violencia en el sentido más amplio: es esta violencia que resulta de la estructura social y económica, que deja a las mujeres en condiciones de mayor vulnerabilidad. Entonces, consecuentemente, las mujeres venezolanas en este flujo viven lo que llamamos una intersección de violencia y condiciones extremas por el hecho de ser mujeres, pero también por ser inmigrantes y más aún de ser mujeres migrantes, muchas veces indígenas y afrodescendientes, entonces le podemos agregar el elemento de racismo además del género. Es una cuestión de racismo y de clase social, porque también sabemos que todos los migrantes pasan por procesos y enfermedades muy difíciles, pero los migrantes pobres y las migrantes mujeres, negras, indígenas, viven mucho más esto. Toda la discusión sobre la interseccionalidad ya demuestra que existen procesos entrelazados de violación y violencia contra estas personas.
Fotografía de Benjamín Soto Mast
Fotografía de Benjamín Soto Mast
En su estudio por publicar Mujeres que se mueven entre fronteras y violencia: un análisis de la migración venezolana en Roraima, Brasil, destaca que la migración no libera a las mujeres de la violencia de género. Todo lo contrario. ¿Por qué? ¿Qué han podido encontrar en sus investigaciones?
El dato que tenemos en la investigación es que el mayor tipo de violencia que viven las mujeres es simbólica. Es violencia de humillación, violencia que afecta la autoestima porque algunas de estas mujeres viven allí en la plaza, duermen en las calles, muchas veces sin condiciones mínimas de higiene. Las mujeres menstrúan y no están protegidas en esa situación y, evidentemente, afecta su autoestima, menoscaba su coraje y su capacidad de resistencia. Entonces este es un tipo de violencia.
Y luego está la violencia física de género, que se ha demostrado en el aumento de las medidas de protección que exigen las mujeres venezolanas contra sus parejas. La mayoría aún vive en albergues, lo que crea una condición aún más dramática porque estas mujeres ya están en situación de vulnerabilidad, se encuentran en albergues y con sus acompañantes. En esta situación de violencia se ven obligadas a abandonar los albergues e, incluso, muchas veces es el hombre quien sale del albergue para obtener ingresos adicionales para comprar alimentos para los niños y las mujeres no tienen con quién dejar a los niños, por lo que muchas veces se ven imposibilitadas de mantenerse económicamente. Esto empeora cada vez más esta situación de humillación, de subordinación y, especialmente, de baja autoestima.
La migración, de hecho, funciona en ambos sentidos. En algunos contextos, libera a las mujeres de la situación de sometimiento y violencia en el lugar de origen, de las relaciones de extremo maltrato, relaciones tóxicas. Pero en este proceso de empoderamiento las mujeres muchas veces se involucran con otras parejas de otra nacionalidad —o incluso de su propia nacionalidad— que reproducen los mismos valores. Entonces, yo diría que la migración libera en parte a las mujeres, pero el contexto, la estructura y la situación en la que viven funcionan al revés: las devuelven a esta situación de violencia y subordinación.
También señala que la violencia de género es una práctica histórica, compleja y controversial, con relación con prácticas de poder y dominación masculina. ¿Cómo y por qué ocurre esto?
Hay una estructura machista, patriarcal y colonizadora. Todo lo que los autores de la descolonialidad plantean como dos temas relacionados, que es el racismo y el proceso de colonización y con todos los demás procesos de subordinación de los indígenas, las mujeres negras, las mujeres de América del Sur. Entonces, hay una estructura de patriarcado que nos considera objetos y propiedad de los hombres. Ese objeto tiene vida que muchas veces reacciona ante él: su reacción es aniquilar este proceso y la liberación muchas veces llega mediante la muerte o el asesinato. Entonces yo diría que es una situación en la que también tenemos que trabajar para eliminar la situación cultural a través del proceso educativo de hombres y mujeres, pero principalmente hombres y desde la infancia. Es un proceso largo que tal vez ni siquiera veamos.
Han determinado que los migrantes no solo sufren de xenofobia sino también de manifestaciones aporofóbicas. ¿Cómo llegaron a este hallazgo?
Los inmigrantes no son iguales. Quienes migran por otras cosas, para poder complementar su capital social, aprender idiomas, empresarios que montan negocios, son los migrantes ideales. Este es el migrante que todo país desea, este que lleva dinero. Ese inmigrante que solo trae su fuerza de trabajo es útil hasta el momento en que se utiliza esta fuerza de trabajo, muchas veces de manera sumamente explotada, pagándole menos que los nacionales y amenazándolos si denuncian relaciones de explotación, inclusive de esclavitud. Aquí había situaciones de trabajo esclavo en las que una gran parte eran inmigrantes. En el estado Roraima en Brasil, la Superintendencia del Ministerio del Trabajo logró identificar varios casos. Entonces yo diría que es otro migrante: el que viene en busca de supervivencia, de mejores condiciones para mantener a su familia que en el lugar de origen, a veces eso no es bien visto. Eso es lo que llamamos aporofobia: una aversión mayor a los migrantes pobres, no a cualquier migrante.
La pregunta es cómo se llega a esta situación. Creo que en parte los nacionales ven al migrante como una amenaza a su lugar, a su bienestar, que tiene que ver con este imaginario, estas amenazas del bárbaro que toca a nuestra puerta. Esta es una situación que hace que la aporofobia sea un ejercicio casi permanente de la población local, aun cuando veamos en Roraima que gran parte de los trabajadores de los supermercados y restaurantes están compuestos, básicamente, por venezolanos y venezolanas.
¿Cuál es la situación cuando se trata de mujeres indígenas o de miembros de la comunidad LGBTIQ+?
Ya sufren un proceso de discriminación porque se construye una sociedad con la idea dominante de esta sociedad conservadora. Como nuestro ideal es el de una mujer tranquila, obediente, blanca de ojos azules, o un hombre fuerte y heterosexual, entonces todo lo que, supuestamente, tenga una postura o identidades contrarias o divergentes a este ideal de lo que sería una nación lleva a situaciones de discriminación. Brasil, por ejemplo, es uno de los países (en los) que más matan a la población LGBTIQ+.
La situación de estas mujeres venezolanas, por ejemplo indígenas warao y eñepá, que no dominan la lengua, muchas veces ni español ni mucho menos el portugués, es mucho más agravada y compleja.
¿Ha habido alguna respuesta desde el punto de vista institucional en las políticas migratorias, más allá de la emergencia humanitaria, frente a la feminización de la migración?
Hubo una iniciativa inicial con varias críticas porque fue una política implementada por las Fuerzas Armadas, es decir, por la institución más disciplinadora de los cuerpos como son los ejércitos. Las agencias internacionales y las ONG jugaron y siguen jugando un papel fundamental en este proceso de acogida y apoyo a las políticas migratorias. Creo que hay algunas situaciones que, incluso, hacen que gran parte de los migrantes que vienen aquí elijan Brasil. Pasamos del quinto lugar en Sudamérica al tercero como destino de los venezolanos, después de Colombia y Perú. Esto es por estas políticas, con todas las críticas que se hacen son necesarias, pero hay que ampliarlas y tienen que dejar de ser emergenciales. Tiene que convertirse en políticas públicas migratorias. Creo que ya hemos avanzado algo: se está creando un comité de política migratoria que tendrá la primera conferencia con la participación de inmigrantes. Entonces, creo que hemos logrado algunos avances en estos cinco, seis años, de intensa migración venezolana, que aún son muy incipientes, pero es posible que podamos avanzar paso a paso hacia una política migratoria que sea inclusiva y realmente acogedora.
¿En qué ha fallado la Operación Acogida en cuanto a la atención de la creciente migración de mujeres?
Hay varias entidades en la Operación Acogida, la mayor de ellas son las Fuerzas Armadas, pero dentro de esta operación, manejando parte de la política, está la Organización Internacional de las Migraciones, está la UNFPA (Fondo de Población de las Naciones Unidas) que también trata específicamente las cuestiones de género y la OIM Mujeres. Entonces, creo que hay algunas acciones, pero aún no han logrado traducirse en una mejora de las condiciones de las mujeres migrantes, principalmente para evitar la violencia contra ellas, desde violencia psicológica, simbólica, física, pasando por asesinatos y feminicidios. Así que yo diría que todavía queda mucho por hacer por parte de estas agencias, porque operan predominantemente desde una perspectiva de emergencia.
¿De qué manera debe insertarse esta feminización de la migración en las políticas migratorias?
No hay una política que considere este aspecto de la feminización, ya sea de la migración, del trabajo, de la atención de las mujeres. Y sí, es necesario pensar en políticas públicas. En Brasil logramos algunos avances en el nuevo gobierno, que es el regreso de la Secretaría de la Mujer. Existe una secretaría específica para ocuparse de esto. Pero, lamentablemente, como tenemos un congreso conservador de extrema derecha que aprueba el presupuesto para el año 2024, por ejemplo, casi el 90 por ciento de todo el presupuesto de política migratoria fue recortado para la Secretaría de la Mujer, lo que significa que gran parte de las políticas de prevención y protección serán entonces inviables. Entonces, en otras palabras, damos un paso hacia adelante y otro hacia atrás en términos de políticas públicas. Y esto cambiará cuando la población entienda que el voto que da, que elige a la cámara, a la asamblea, tiene un impacto directo en las políticas públicas. Entonces, cuando votamos por un candidato que está en contra, que piensa que hay que golpear a las mujeres, que las mujeres tienen que obedecer, entonces esto complica y obstaculiza la implementación de una política migratoria y cualquier otra política que beneficie a las mujeres en general. Pero estamos en la lucha: las mujeres, las mujeres feministas, las mujeres académicas, seguimos luchando por un país con más igualdad; la participación de las mujeres en la política, una política que sea menos violenta en el Parlamento, pero tenemos un mundo muy machista, muy violento contra las mujeres.
Créditos
Coordinación editorial: María Ramírez Cabello, Clavel Rangel, Ángel Alayón y Mariengracia Chirinos.
Texto: María Ramírez Cabello.
Edición: Ángel Alayón, Oscar Marcano, Mariengracia Chirinos, Ricardo Barbar y Luisa Salomón.
Fotografías: Benjamín Soto Mast.
Montaje: John Fuentes.
Redes sociales: Salvador Benasayag y Carolyn Manrique.
Caracas, 15 de marzo de 2024